12.10.06


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Que sucios eramos:
Higiene personal y de las ciudades en la historia

El escritor Sandor Marai, nacido en 1900 en una familia rica del Imperio
Austrohúngaro, cuenta en su libro de memorias Confesiones de un burgués que durante su infancia existía la creencia de que “lavarse o bañarse mucho resultaba dañino, puesto que los niños se volvían blandos”. Por entonces, la bañera era un objeto más o menos decorativo que se usaba “para guardar trastos y que recobraba su función original un día al año, el de San Silvestre. Los miembros de la burguesía de fines del siglo XIX sólo se bañaban cuando estaban enfermos o iban a contraer matrimonio”.

Esta mentalidad, que hoy resulta impensable, era habitual hasta hace poco. Es más, si viviéramos en el siglo XVIII, nos bañaríamos una sola vez en la vida, nos empolvaríamos los cabellos en lugar de lavarlos con agua y champú, y tendríamos que dar saltos para no pisar los excrementos esparcidos por las calles.

• Del esplendor del Imperio al dominio de los “marranos”

Curiosamente, en la Antigüedad los seres humanos no eran tan “sucios”.
Conscientes de la necesidad de cuidar el cuerpo, los romanos pasaban mucho tiempo en las termas colectivas bajo los auspicios de la diosa Higiea, protectora de la salud, de cuyo nombre deriva la palabra higiene.

Esta costumbre se extendió a Oriente, donde los baños turcos se convirtieron en centros de la vida social, y pervivió durante la Edad Media. En las ciudades medievales, los hombres se bañaban con asiduidad y hacían sus necesidades en las letrinas públicas, vestigios de la época romana, o en el orinal, otro invento romano de uso privado; y las mujeres se bañaban y perfumaban, se arreglaban el cabello y frecuentaban las lavanderías. Lo que no estaba tan limpio era la calle, dado que los residuos y las aguas servidas se tiraban por la ventana a la voz de “agua va!”, lo cual obligaba a caminar mirando hacia arriba.

• Vacas, caballos, bueyes dejaban su “firma” en la calle

Pero para lugares inmundos, pocos como las ciudades europeas de la Edad Moderna antes de que llegara la revolución hidráulica del siglo XIX.
Carentes de alcantarillado y canalizaciones, las calles y plazas eran
auténticos vertederos por los que con frecuencia corrían riachuelos de
aguas servidas. En aumentar la suciedad se encargaban también los
numerosos animales existentes: ovejas, cabras, cerdos y, sobre todo,
caballos y bueyes que tiraban de los carros. Como si eso no fuera
suficiente, los carniceros y matarifes sacrificaban a los animales en
plena vía pública, mientras los barrios de los curtidores y tintoreros
eran foco de infecciones y malos olores.

La Roma antigua, o Córdoba y Sevilla en tiempos de los romanos y de los
árabes estaban más limpias que Paris o Londres en el siglo XVII, en cuyas casas no había desagües ni baños. ¿Qué hacían entonces las personas?
Habitualmente, frente a una necesidad imperiosa el individuo se apartaba discretamente a una esquina. El escritor alemán Goethe contaba que una vez que estuvo alojado en un hostal en Garda, Italia, al preguntar dónde podía hacer sus necesidades, le indicaron tranquilamente que en el patio. La gente utilizaba los callejones traseros de las casas o cualquier cauce cercano. Nombres de los como el del francés Merderon revelan su antiguo uso. Los pocos baños que había vertían sus desechos en fosas o pozos negros, con frecuencia situados junto a los de agua potable, lo que aumentaba el riesgo de enfermedades.

• Los excrementos humanos se vendían como abono

Todo se reciclaba. Había gente dedicada a recoger los excrementos de los pozos negros para venderlos como estiércol. Los tintoreros guardaban en grandes tinajas la orina, que después usaban para lavar pieles y blanquear telas. Los huesos se trituraban para hacer abono. Lo que no se reciclaba quedaba en la calle, porque los servicios públicos de higiene no existían o eran insuficientes. En las ciudades, las tareas de limpieza se limitaban a las vías principales, como las que recorrían los peregrinos y las carrozas de grandes personajes que iban a ver al Papa en la Roma del siglo XVII, habitualmente muy sucia. Las autoridades contrataban a criadores de cerdos para que sus animales, como buenos omnívoros, hicieran desaparecer los restos de los mercados y plazas públicas, o bien se encomendaban a la lluvia, que de tanto en tanto se encargaba arrastrar los desperdicios.

Tampoco las ciudades españolas destacaban por su limpieza. Cuenta Beatriz Esquivias Blasco su libro ¡Agua va! La higiene urbana en Madrid (1561-1 761), que “era costumbre de los vecinos arrojara la calle por puertas y ventanas las aguas inmundas y fecales, así como los desperdicios y basuras”. El continuo aumento de población en la villa después del esblecimiento de la corte de Fernando V a inicios del siglo XVIII gravó los problemas sanitarios, que la suciedad se acumulaba, pidiendo el tránsito de los caos que recogían la basura con dificultad por las calles principales

• En verano, los residuos se secaban y mezclaban con la arena del
pavimento; en invierno, las lluvias levantaban los empedrados, diluían los desperdicios convirtiendo las calles en lodazales y arrastraban los
residuos blandos los sumideros que desembocaban en el Manzanares, destino final de todos los desechos humanos y animales. Y si las ciudades estaban sucias, las personas no estaban mucho mejor. La higiene corporal también retrocedió a partir del Renacimiento debido a una percepción más puritana del cuerpo, que se consideraba tabú, y a la aparición de enfermedades como la sífilis o la peste, que se propagaban sin que ningún científico pudiera explicar la causa. Los médicos del siglo XVI creían que el agua, sobre todo caliente, debilitaba los órganos y dejaba el cuerpo expuesto a los aires malsanos, y que si penetraba a través de los poros podía transmitir todo tipo de males. Incluso empezó a difundirse la idea de que una capa de suciedad protegía contra las enfermedades y que, por lo tanto, el aseo personal debía realizarse “en seco”, sólo con una toalla limpia para frotar las partes visibles del organismo. Un texto difundido en Basilea en el siglo XVII recomendaba que “los niños se limpiaran el rostro y los ojos con un trapo blanco, lo que quita la mugre y deja a la tez y al color toda su naturalidad. Lavarse con agua es perjudicial a la vista, provoca males de dientes y catarros, empalidece el rostro y lo hace más sensible al frío en invierno y a la resecación en verano.

• Un artefacto de alto riesgo llamado bañera

Según el francés Georges Vigarello, autor de Lo limpio y lo sucio, un
interesante estudio sobre la higiene del cuerno en Europa, el rechazo al
agua llegaba a los más altos estratos sociales. En tiempos de Luis XIV,
las damas más entusiastas del aseo se bañaban como mucho dos veces al año, y el propio rey sólo lo hacía por prescripción médica y con las debidas precauciones, como demuestra este relato de uno de sus médicos privados:


“Hice preparar el baño, el rey entró en él a las 10 y durante el resto de
la jornada se sintió pesado, con un dolor sordo de cabeza, lo que nunca le
había ocurrido... No quise insistir en el baño, habiendo observado
suficientes circunstancias desfavorables para hacer que el rey lo
abandonase”. Con el cuerno prisionero de sus miserias, la higiene se
trasladó a la ropa, cuanto más blanca mejor. Los ricos se “lavaban”
cambiándose con frecuencia de camisa, que supuestamente absorbía la
suciedad corporal. El dramaturgo francés del siglo XVII Paul Scarron
describía en su Roman comique una escena de aseo personal en la cual el
protagonista sólo usa el agua para enjuagarse la boca. Eso sí, su criado
le trae “la más bella ropa blanca del mundo, perfectamente lavada y
perfumada”. Claro que la procesión iba por dentro, porque incluso quienes se cambiaban mucho de camisa sólo se mudaban de ropa interior —si es que la llevaban— una vez al mes.

• Aires ilustrados para terminar con los malos olores

Tanta suciedad no podía durar mucho tiempo más y cuando los desagradables olores amenazaban con arruinar la civilización occidental, llegaron los avances científicos y las ideas ilustradas del siglo XVIII para ventilar la vida de los europeos. Poco a poco volvieron a instalarse letrinas colectivas en las casas y se prohibió desechar los excrementos por la ventana, al tiempo que se aconsejaba a los habitantes de las ciudades que aflojasen la basura en los espacios asignados para eso. En 1774, el sueco Karl Wilhehm Scheele descubrió el cloro, sustancia que combinada con agua blanqueaba los objetos y mezclada con una solución de sodio era un eficaz desinfectante. Así nació la lavandina, en aquel momento un gran paso para la humanidad.

• Tuberías y retretes: la revolución higiénica

En el siglo XIX, el desarrollo del urbanismo permitió la creación de
mecanismos para eliminar las aguas residuales en todas las nuevas
construcciones. Al tiempo que las tuberías y los retretes ingleses (WC) se
extendían por toda Europa, se organizaban las primeras exposiciones y
conferencias sobre higiene. A medida que se descubrían nuevas bacterias y su papel clave en las infecciones —peste, cólera, tifus, fiebre amarilla—,
se asumía que era posible protegerse de ellas con medidas tan simples como lavarse las manos y practicar el aseo diario con agua y jabón. En 1847, el médico húngaro Ignac Semmelweis determinó el origen infeccioso de la fiebre puerperal después del parto y comprobó que las medidas de higiene reducían la mortalidad. En 1869, el escocés Joseph Lister, basándose en los trabajos de Pasteur, usó por primera vez la antisepsia en cirugía. Con tantas pruebas en la mano ya ningún médico se atrevió a decir que bañarse era malo para la salud.

Revista Muy Interesante Nro.226
Que Sucio Éramos
Luis Otero
PARA SABER MÁS: Lo limpio y lo sucio. La higiene del cuepo desde la Edad
Media. Georgs Vtgatello. Ed. Altaya. 997.



4.10.06

REFLEXION ? ...


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Hola, hoy les presentamos una parte del Cap. 14 del libro VOLAR SOBRE EL PANTANO de Carlos Cuauhtemoc Sánchez que recientemente he leído y me ha parecido interesante que se reflexione acerca de lo que el llama rascacielos. Por ahi derecho los invito a que se lean el libro completo, es interesante y valioso, como todo lo que escribe C. C. Sánchez.

14
EL RASCACIELOS

Lisbeth y yo nos hallábamos en la austera recepción del hospital, recargados el uno en el otro, esperando que llegara la psicóloga social.

Pude haber arrancado a las enfermeras las noticias que me ocultaban, pero se encerraron en la oficina y no salieron sino hasta haber calculado que mis ánimos se habían tranquilizado.

“Además -racionalicé-, es una hora muy impropia para visitar a Alma, dondequiera que esté."

El taxista entró furioso a preguntar si se iban o no a requerir sus servicios. Me puse de pie para disculparme y extraje un billete de la cartera que le extendí como pago por su espera. El hombre me lo arrebató y se retiró sin dar las gracias.

Volví a sentarme junto a mi esposa y cerré los ojos tratando de calmarme. Pensé en muchos temas buscando distracción: la próxima ceremonia inaugural de mi empresa, lo extraño del viaje que habíamos realizado, la forma en que Lisbeth y yo nos reencontramos.

Sin querer, mis pensamientos se detuvieron ahí.

Ella tenía treinta y dos años; yo treinta y tres.

Lisbeth había sido postulada para recibir un premio por su labor realizada como directora del “Centro de Protección para la Mujer". Era una psicóloga con posgrados relacionados con la motivación de la conducta humana. Yo formaba parte del comité que otorgaba los galardones. Estaba sentado en la mesa de honor cuando el maestro de ceremonias llamó a Lisbeth. El público aplaudió. Una espigada mujer de aspecto elegante subió a recibir su premio al estrado. Apenas se acercó, tuve la certeza de haberla visto antes, de saber quién era. Incluso, aunque mi mente perezosa y torpe tardó en acordarse, mi corazón reaccionó de inmediato, saltó y empezó a latir cual si se hallase frente a la mujer en la que había soñado por años aguardando pacientemente la hora de volverla a ver: ¿Es ella? Cuestionaba mi intelectualidad incrédula. No. No puede ser... Ha pasado tanto tiempo... Personalmente le di el diploma y la felicité con un apretón de mano. Luego pasó al atril para dar un breve discurso de agradecimiento. Su forma de inclinarse frente al micrófono, su forma de mirar a la audiencia con ternura y autoridad, su voz pausada y clara, su sinceridad y su magnetismo, no me dejaron duda. Había sido mucho tiempo de pensar en aquella joven del testimonio, de fantasear con lo que le diría si volvía a verla... Mis manos temblaban al contemplarla.

El público le aplaudió. Lisbeth descendió del estrado y yo me puse de pie, disculpándome, para bajar por el otro lado del escenario discretamente.

El congreso de “valores" estaba tocando a su fin. Yo era director de la Asociación Nacional de Empresarios Jóvenes y se me había delegado el discurso de clausura. Sólo tenía tres o cuatro minutos. Le pedí a una edecán que llamara a la recién galardonada.

-¿Te acuerdas de mí? -le pregunté sin muchos rodeos en cuanto llegó acompañada por la auxiliar.

-No -contestó con el ceño ligeramente fruncido.

-Tú fuiste burlada y deshonrada por un hombre.

Enrojeció de inmediato y me miró atemorizada.

-Te vi al frente de un grupo dando un testimonio de amor a la vida. Me impactaste. Hablaste del pájaro que vivía resignado en un árbol podrido en medio del pantano comiendo gusanos, sucio por el pestilente lodo, hasta que cierto día un gran ventarrón destruyó su guarida y él se vio forzado a emprender el vuelo llegando finalmente a un bosque fértil. La figura de un pájaro volando sobre el pantano me ha motivado durante muchos años a salir de mi propia ciénaga.

Lisbeth hizo un esfuerzo por recordar. Me estudió con la mirada.

-En aquel entonces -la ayudé-, no tenía esta prótesis ocular... Yo era un joven tímido... Leyendo y subrayando un libro a la entrada del grupo de autoayuda.

Me observó unos segundos más sin poder articular palabra.

-Dios mío -susurró asintiendo al fin-. Qué pequeño es el mundo.

El presentador anunció la conferencia de clausura.

-Tengo que decir unas palabras -me disculpé-; por favor, no te vayas. Hay muchas cosas que quiero platicarte.

Subí al estrado y comencé la charla comentando que estaba muy contento, ese día en especial, porque acababa de reencontrar a una mujer que muchos años antes me motivó, sin saberlo, a alcanzar mis más altas metas.

Pueden lograr sus anhelos, sobre todo si luchan por amor. Amor a Dios, a ustedes mismos, a la vida que tienen, a la pareja que tal vez no conocen.

Pensando en aquella pareja, un día me decidí a luchar inexorablemente. Ella merecía mi mayor esfuerzo y yo debía crecer para poderle dar lo mejor, en su momento.

Una noche me acosté preguntándome cuál sería la clave para triunfar.

Entonces soñé que la vida era un enorme rascacielos al que debíamos subir.

Los seres humanos iniciábamos en uno u otro piso nuestro ascenso según el nivel socioeconómico en el que nacíamos, pero aun los más privilegiados se hallaban en estratos bajos pues el rascacielos era infinitamente alto.

En cada piso había dos zonas perfectamente diferenciadas:

PRIMERA. LA ESTANCIA DE DISTRACCIONES. Una enorme estancia, llena de amigos, camas, televisores, fiestas y juegos, en la que podías pasártela extraordinariamente bien durante años enteros.

SEGUNDA. EL TÚNEL DE ELEVADORES: Un largo y amplio pasillo lleno de talleres y mesas de estudio en el que podías adquirir conocimientos y experiencias.

A este enorme corredor se le denominaba 'túnel de elevadores porque sus paredes estaban llenas de elevadores cerrados. Cuando se abría la puerta de uno, muchas personas saltaban y corrían hacia ella. Rápidamente se hacía una fila. El operador entonces formulaba una pregunta a la persona que había llegado primero. Si no sabía la respuesta correcta se le descartaba, se le hacía la pregunta a la persona que seguía en la fila y así se continuaba hasta hallar a la que tenía los conocimientos requeridos; a ésta se le dejaba subir y se le transportaba a un piso superior, mientras tanto, la puerta del elevador volvía a cerrarse frente a la mirada triste de todos los rechazados... Algunos, decepcionados, se iban a la estancia de distracciones, otros se quedaban en el túnel para volver a intentarlo.

Había quienes se la pasaban caminando, buscando que los elevadores se abrieran, pero sin trabajar ni estudiar, de modo que jamás subían porque no tenían los conocimientos exigidos.

Otros, por el contrario, se la pasaban muy entretenidos laborando y no se ponían de pie cuando el elevador se abría. Éstos, aunque tenían los conocimientos, eran demasiado timoratos para ser elegidos.

La persona que lograba subir, en el nuevo piso se encontraba con que la estancia de distracciones era más atractiva aún que en los pisos inferiores. De la misma forma el túnel de elevadores tenía talleres y mesas de estudio de mucha mayor dificultad, por eso, cuanto más alto era el piso, había menos candidatos a subir cada vez que se, abría un elevador.

Un detalle interesante llamó mi atención: los que se quedaban abajo difamaban y se burlaban cobardemente de los que subían muy alto. Siempre les decían que habían tenido buena suerte. Y en mi sueño supe que si la suerte era poseer los conocimientos necesarios y al mismo tiempo tener la agilidad para ponerse frente a la puerta que se abre, efectivamente los grandes hombres tenían mucha suerte.

Hice una pausa para observar a la audiencia.

Con agrado comprobé que Lisbeth me escuchaba de pie en el sitio en el que la había dejado. Entonces me sentí emocionado y continué mi discurso con mayor fuerza y exaltación:

Si tienes un familiar rico, no te creas con derecho a pedirle que te dé dinero. No lo tildes de tacaño, avaro, mezquino, miserable o egoísta si se niega a ayudarte. Tal vez tiene lo que tiene porque ha perdido menos tiempo que tú en la estancia de distracciones, porque mientras tú te la pasas haciendo planes sin mover un infame dedo, él se ha esmerado por prepararse en el túnel de elevadores y ha estado pendiente de las puertas que se abren. Eso es todo.

Puedes subir hasta donde quieras. Sólo los arcaicos de mente piden limosna; sólo ellos son inútiles, aunque tengan veinte años de edad... Pero tú eres joven mentalmente... Tú puedes lograr tus sueños.

Es bueno pedirle a Dios lo que deseas. Está bien hablar con Él y confiarle tus anhelos, pero hoy te reto a que en vez de decirle a diario: 'Dios mío, ayúdame en el negocio, la entrevista o el examen que voy a realizar'. Le digas: 'Señor, lo que tengo que hacer, lo haré lo mejor que pueda, pondré mi mayor cuidado y entusiasmo. Obsérvame en la entrevista o en el examen. Te brindo mi mejor esfuerzo este día y dejo en tus manos el resultado...

Eso es ser responsable.

Cuentan de un hombre que olvidó su bicicleta en el mercado. Al día siguiente, desanimado, seguro de que alguien se la habría llevado, regresó a buscarla. Se llenó de alegría al encontrarla exactamente en el mismo lugar en que la había dejado. Cuando iba de regreso a su casa pasó junto a un templo, se detuvo para darle gracias a Dios por haber cuidado su bicicleta toda la noche y cuando salió del templo, su bicicleta ya no estaba...

Amigo, amiga. Dios no cuida bicicletas. Él te da advertencias para que hagas tu parte... Tienes inteligencia, voluntad, conciencia, cuerpo; todos los elementos para triunfar, si no logras tus anhelos es que no pagaste el precio. Punto. No hay más... No le des más vueltas, no pongas más excusas... Comienza a hacer lo que te corresponde hoy mismo. Te reto a que tu mejor esfuerzo se convierta en tu mejor plegaria...

No lo olvides. Para subir el rascacielos se requieren dos elementos básicos. PREPARACIÓN Y SENTIDO DE URGENCIA.

Moverse, estar atento a las puertas que se abren, saber que tu tiempo es importante, que no puedes dejar pasar este día sin haberlo aprovechado cabalmente. Porque hay gente a la que no le corre la vida, que parece tener aceite en las venas, que está en su trabajo y se la pasa viendo cómo se mueven las manecillas del reloj y contando los segundos que faltan para salir. ¡Parásitos!, ¡estorbos!, ¡críticos que envidian el éxito de otros!, ¡mediocres que hablan mal de los de arriba!, ¡resentidos que no soportan que otro triunfe, y menos si vive cerca, si es de su misma ciudad o país, si es de su misma edad o más joven...! Pero entiéndelo... Para subir sólo requieres de dos elementos: SENTIDO DE URGENCIA Y PREPARACIÓN. ¡Paga el precio de ser alguien...! ¡Muévete en el corredor de elevadores!

Invierte en tu mente... Aprende, prepárate... Tú no vales lo que valen las facturas de tus bienes materiales, vales lo que tienes en la cabeza... Aumenta tu capital mental y lo demás vendrá solo... únicamente lo que guardas en la mollera te llevará firmemente hacia tus anhelos...

Hace poco escuché a una señora que se condolía de su ayudante doméstica diciendo:

-La pobrecita es analfabeta, no sabe leer...

Después supe que entre ella y su ayudante doméstica no había mucha diferencia, pues su ayudante no sabía leer y la señora sabía, pero no lo hacía, de modo que eran equivalentes. Una NO tenía la habilidad, otra la tenía, pero no la practicaba... Eso se llama ser un 'analfabeto con credenciales'.

Entiéndelo de una vez... Jamás subirás el rascacielos sin pagar el precio de llenar tu cerebro de conceptos y experiencias, de buscar puertas abiertas con valor y decisión . Así de simple. Ya no hay lugar en los pisos superiores para los que se evaden en fiestas, viéndo la televisión obsesivamente, hablando horas por teléfono, saliendo a perder el tiempo, buscando distracciones de cualquier tipo, viendo película tras película, descansando y durmiendo...

Un consejo más: ORGANIZATE... No actúes como muñeco de cuerda. La buena puntería de tu sentido de urgencia es básica para lograr los resultados deseados. No gastes energía en asuntos vanos. Pon en orden tus prioridades. Hay personas que pasan horas moviéndose de un lado a otro, pero nada de lo que hacen es verdaderamente valioso. Creen que cuanto más ocupados están, más importantes son... y con frecuencia se quejan por sentirse agotados y nerviosos, pero lo que más produce tensión, es saber que hemos estado aplazando nuestros proyectos importantes por ocuparnos en asuntos vanos; hay dos tipos de seres: cazadores de pulgas y cazadores de elefantes. Si pierdes el tiempo en mil detalles sin importancia acabarás exhausto y sólo tendrás pequeñas e insignificantes pulgas en tu bolsa. Si por el contrario te concentras en los asuntos de trascendencia, tal vez trabajarás igual, pero atraparás paquidermos. Lo que importa no es qué tan ocupado estás, sino cuánto, de lo que realmente importa, estás haciendo...

¡Haz las cosas! ¡Deja de suspirar y hacerte el mártir! ¡Si no triunfas, es porque no te da la gana! No pongas otra excusa, pues no la hay. SAL AL CAMPO DE BATALLA... Hazte oír, hazte valer... Trabajad y haceos publicidad. 'Si no crees en ti, nadie lo hará, si no levantas la mano por temor a la crítica, podrás morirte y nadie te echará de menos. ¡Lucha! ¡Hasta un poeta luchador es mejor que un poeta aislado! El hombre que se dice intelectual o espiritual y se retira permanentemente, en realidad es un holgazán. Cuando estés muerto, podrás retirarte con los espíritus, cuanto te apetezca. Hoy, en tu país, en tu empresa, en tu familia, se necesitan CONOCIMIENTOS Y ACCIÓN. La desidia es sinónimo de cobardía. Enfrentarse al mundo con agallas es la única forma de llegar primero al elevador y hacer historia. ¡Nunca alcanzarás tus metas sentado en la estancia de distracciones, comiendo palomitas, viendo una película y quejándote de tu mala suerte ... !